-Es que es fin de mes. Se iba excusando el joven e inexperto cajero cliente tras cliente.
¡Fin de mes! Ese evento ¡harto impredecible! Nunca sabe uno en qué fecha exacta caerá fin de mes… como para predecirlo. Un fin de mes traidor, lleno de clientes que no deberían pasar por caja, que para eso están los cajeros automáticos, okupados por indigentes malolientes (si son interiores) o con el riesgo de que alguien te ponga una navaja al cuello (si están a pie de calle) y te obligue a vaciar la cuenta…
¡Fin de mes! ¡Terrible e impredecible acontecimiento! Ni que estuviéramos hablando de tempestades o infartos… eso sí que llega sin avisar y no está programado en los calendarios…
Por fin llegó mi turno y el joven cajero me preguntó:
-¿Qué desea?
Con todo el sigilo de que fui capaz le respondí:
-Sacar dinero. –Confiando en que al bajar mi tono, entendiera que deseaba que mi operación fuera algo íntimo, casi como un secreto entre los dos.
-¿Cuánto?
-Mil quinientos euros.
A lo que replicó:
-MIL ¿CUÁNTO?
-Quinientos.- Susurré, mientras lo asesinaba con la mirada.
El banco estaba repleto de gente apiñada tras de mí haciendo cola. Pensé que con un poco de suerte no lo habrían oído.
Pero entonces, tras hacer un intento por gestionar mi petición, puso cara de agobio y gritó a su compañera:
-¡Laura, el sistema dice “Importe máximo permitido superado”!
En aquel momento le hice algún comentario a cerca de la confidencialidad. Él me miró como si yo fuera de Marte y, con toda la parsimonia del mundo, se puso a contar todos los billetes (de 50 y de 20) encima del mostrador y en presencia de todos los presentes.
Sólo les faltó aplaudir.
Yo salí a la calle con los mil quinientos euros y sintiéndome como un adolescente en una farmacia.
-¿Cómo los quieres? ¿Sensitive? ¿XXL?
-*****
-¿Caja de 6 ó de 12?
-Mejor, póngame una caja de aspirinas…
Jajaja, que bueno!
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